Noche perenne que obligas a reunirme contigo. En el silencio y con la calma de los dormidos, quedo abandonado a mi cruel suerte. Es cuando los sonidos omnipresentes y banales de las rutinas en masa dejan de esconderme de la verdad de mi escritura y, entonces, empiezan a emerger los alaridos de las profundidades de mi ser. Esa parte que queda como poso del día una vez ya está consumido. Por suerte, con el paso de las horas, llega de forma inexcusable un renacer, con el permiso de la muerte.
Escribo y escribo para acallarte, hasta que venga a buscarme el sueño. En ese justo momento, que también llega, me voy deteniendo lentamente y cuando lo veo llegar, me rindo, hasta estar de vuelta a las rutinas en masa, tantas y tantas veces sin advertir su presencia.